domingo, 7 de marzo de 2010

V. PERSONAJES CÉLEBRES DEL RENACIMIENTO



BOTTICELLI

Nacido en el año de 1445 en la ciudad de Florencia, y difunto en la misma en 1510, su nombre puede que derivase del apodo otorgado a su hermano mayor Giovanni o a algún compañero paterno con el cual habría trabajado (no se han encontrado indicios que apoyen la veracidad de este dato aportado por Vasari), atendiendo en realidad este artista al título de Alessandro di Mariano Filipepi.

Al igual que sucede con un buen número de contemporáneos de Botticelli, establecer sus inicios en el mundo de la pintura presenta algunos problemas, dado que existen quienes consideran que se habría formado en el taller de Fra Filippo Lippi, frente a aquéllos que adjudican la responsabilidad de su aprendizaje a Verrocchio o a Pollaiuolo. Lo que sí se sabe con certeza es que en la década de los setenta inicia su andadura profesional: es a comienzos de la misma (1472) cuando aparece documentado inscrito en el gremio florentino de pintores y empieza a recibir sus primeros encargos (caso de la alegórica Fortaleza realizada para la sala de la Mercatanzia de Florencia o del San Sebastián para la iglesia de Santa María Maggiore de Florencia).

La producción de Boticelli va a estar muy vinculada a lo largo de toda su vida a diversas instituciones oficiales e importantes familias, llegando a ser protegido de los Médici (lo cual da idea del reconocimiento de prestigio que ya habría alcanzado en la época), para quienes pintará, entre muchas otras obras, los retratos de Cosme el Viejo y Giuliano de Médici (a quienes volverá a representar además, junto con varios miembros de la familia, en la Adoración de los Magos realizada hacia 1476 por encargo de Giovanni Lami), el Retablo de las convertidas o la Virgen de la Eucaristía. También habría sido un Médici el poseedor de sus magníficas e internacionalmente conocidas Alegoría de la Primavera (1478) y Nacimiento de Venus (1485), así como de las obras hermanadas Regreso de Judith a Betulia y Descubrimiento del cadáver de Holofernes (hacia 1475).

A principios de la década de 1480 incluso será reclamado por el Papa Sixto IV para participar en la decoración de la Capilla Sixtina, dejando constancia de su paso por el Vaticano en los frescos de las Pruebas de Moisés (ejemplo magnífico del dominio que posee de la perspectiva y su conocimiento del uso de la luz, la aplicación del color y la obtención de volumetría), la Tentación de Cristo y el Castigo de los rebeldes contra Aarón.

Una vez de vuelta de Roma es cuando va a realizar algunos de sus más bellos cuadros, entre los cuales es posible encontrar aquellas pinturas de temática mitológica que tanta fama le dieron y con las que, por lo general, se suele asociar su imagen, caso de Palas y el Centauro (1482) y Venus y Marte. Sin embargo, no se pueden dejar en el tintero otras composiciones de carácter religioso realizadas por Boticelli en este periodo, como la maravillosa Madonna del Magnificat (hacia mediados de 1480), la Madonna de la Granada (1485), el retablo (1485) encargado por Giovanni de Bardi para la capilla que poseía su familia en la iglesia del Santo Espíritu florentina o la Anunciación de Guardi (1489). A través del análisis de las mismas se puede apreciar la evolución y culminación de su estilo preciosista y elegante, que comienza ya a inclinarse hacia la tristeza al final de la década (se puede apreciar en la boccacciana Historia de Nastagio degli Onesti).

Quizá sea la última etapa de su producción, durante la cual tenderá a un ascetismo sombrío desposeído del encanto previo ya visto, la más diferente, salvándose de esta tendencia la obra, basada en el texto de Luciano, la Calumnia de Apeles (1495).

OBRAS:

Aún cuando la mayoría de las obras de Botticelli resultan poseedoras de una enorme calidad y un característico estilo muy similar, han sido las composiciones El Nacimiento de Venus y La Primavera las consideradas como sus grandes obras maestras.


EL NACIMIENTO DE VENUS

El Nacimiento de Venus es una de las obras más famosas de Botticelli. Fue pintada para un miembro de la familia Médici, para decorar uno de sus palacios de ocio en el campo. El tema mitológico era habitual en estos emplazamientos campestres, surgiendo imágenes como la Primavera o Venus y Marte. Venus es la diosa del amor y su nacimiento se debe a los genitales del dios Urano, cortados por su hijo Cronos y arrojados al mar. El momento que presenta el artista es la llegada de la diosa, tras su nacimiento, a la isla de Citera, empujada por el viento como describe Homero, quien sirvió de fuente literaria para la obra de Botticelli. Venus aparece en el centro de la composición sobre una enorme concha; sus largos cabellos rubios cubren sus partes íntimas mientras que con su brazo derecho trata de taparse el pecho, repitiendo una postura típica en las estatuas romanas de las Venus Púdicas. La figura blanquecina se acompaña de Céfiro, el dios del viento, junto a Aura, la diosa de la brisa, enlazados ambos personajes en un estrecho abrazo. En la zona terrestre encontramos a una de las Horas, las diosas de las estaciones, en concreto de la primavera, ya que lleva su manto decorado con motivos florales. La Hora espera a la diosa para arroparla con un manto también floreado; las rosas caen junto a Venus ya que la tradición dice que surgieron con ella. Técnicamente, Botticelli ha conseguido una figura magnífica aunque el modelado es algo duro, reforzando los contornos con una línea oscura, como si se tratara de una estatua clásica. De esta manera, el artista toma como referencia la Antigüedad a la hora de realizar sus trabajos. Los ropajes se pegan a los cuerpos, destacando todos y cada uno de los pliegues y los detalles. El resultado es sensacional pero las pinturas de Botticelli parecen algo frías e incluso primitivas.


LA PRIMAVERA

Cuando Botticelli realiza esta magna obra en pleno Renacimiento italiano no podía ser completamente consciente de la trascendencia que supondría para el arte posterior. Lo primero que debiera llamar nuestra atención, en relación con los usos de la época, es su enorme formato, la pintura profana casi nunca utilizó estas dimensiones, que se reservaban para la expresión de los temas sacros. Esto le confiere un carácter de cristianización de un tema que a primera vista parece totalmente ajeno a las creencias religiosas. Por otro lado, bien pudiera relacionarse con otro género de la época, el tapiz. Los tapices sí tenían este gran tamaño y se dedicaban mayormente a la pintura profana, puesto que su función era decorar muros, cerrar vanos, etc. Los mejores tapices eran los flamencos, procedentes de Gante, Brujas y Bruselas, realizados en la lana de mejor calidad, la castellana. Su precio en el mercado era elevadísimo, hasta el punto de que comenzó a ser sustituido por materiales más baratos, como era la pintura. Esta sustitución de materiales baratos -la pintura- por caros, ya había tenido lugar en el Gótico italiano, donde el elemento desplazado fue el mosaico. Reforzando el paralelismo de esta obra con el tapiz tenemos el suelo sembrado de flores, como ocurre en La Anunciación de Fra Angelico, según el modelo "milflores" de tejidos flamencos y franceses. El tema del cuadro es extremadamente complejo: abundan las figuras de la mitología clásica, pero no componen ninguna escena conocida de los textos clásicos, aunque parece seguro que se trata de una alegoría de carácter moral bajo la apariencia de la mitología antigua. La presencia de la diosa Flora, heraldo de la Primavera, es lo que dio su nombre al cuadro, que aparece presidido por Venus y Cupido, con la presencia, ajena al resto de los personajes, de Mercurio en el extremo izquierdo. La explicación es posible intuirla a través del cliente del encargo. Botticelli lo pintó para el jovencísimo Lorenzo di Pierfrancesco di Médici, miembro de la prestigiosa familia Médicis. Lo encargó para él su tutor, el filósofo Marsilio Ficino, quien encarnaba el auge del Neoplatonismo florentino típico del Quattrocento. Es más que probable que fuera Ficino el diseñador del programa de la obra, siguiendo los postulados de Alberti en la parte estética. Así, sumaba la presencia de las virtudes y principios del neoplatonismo en las alegorías de los dioses, al tiempo que aplicaba las teorías albertianas: variedad y abundancia de los elementos, los personajes, sus posturas, etc.


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